Una rutina compleja, sin errores y una constancia lineal. La exigencia extrema que abre caminos e impulsa medallas también tiene un precio: lesiones, presión social, miedos, un costo económico y emocional de siempre vivir al máximo.

Por Rocío Vergara / Agencia Comunica
El deportista de élite se encuentra en una fina línea donde se supera a sí mismo, se sostiene en el camino, sacrifica su realidad, lucha por obtener logros, se llena de miedos que tiene que afrontar y pelea contra su mente que mantiene la palabra “renuncia” en un susurro constante.
Ignacio Ferreira, quien compitió de manera semi-profesional en el ciclismo, menciona que “tu cabeza te va diciendo todo el tiempo que aflojes, porque tus piernas no dan más, tu cuerpo no da más. La realidad es que gana el que más sabe sufrir”. Sin frenos, lleno de desafíos, sin que nada paralice, esa es la realidad de un deportista de alto rendimiento.
Los límites y el extremo de llegar al rendimiento máximo no son un obstáculo para quienes quieren atravesar la línea de meta. La carrera de un/a deportista comienza desde muy temprana edad, el deporte se convierte en una variable que forma parte de su desarrollo físico y psicológico.
Iván Recabarren, médico especializado en el deporte, indica que “un deportista comienza su carrera muy temprano, su formación incluye una preparación nutricional, el cuidado de su propia salud y una dedicación de muchas horas semanales al deporte que va a hacer”. Al mismo tiempo, expresó que “también significa que se renuncia, digamos, a algunas cosas del nivel social”.
No solo se trata de un control en la alimentación y un entrenamiento regulado. También, en muchos casos, implica combatir con los fantasmas de la mente y afrontar una realidad económica y social que no acompaña en el proceso de llegar a la cima que el atleta proyecta.
En la región de Olavarría, Azul y Tandil hay muchas figuras del deporte que vivieron el sacrificio: Agustín Vernice, Juan Martín Del Potro, Juan (Pico) Mónaco, Franco Mastantuono…
Gloria o choque de realidad
Es una realidad que hay una diferencia entre ser un atleta de alto rendimiento y un deportista profesional. Según el Instituto del Ejercicio Terapéutico, un deportista profesionalizado es aquel que cuenta con un contrato económico, es decir, que realiza una actividad física de la cual es remunerado/a.
En el caso del atleta de alto rendimiento es aquel que busca optimizar sus capacidades al máximo, “cuando se habla de deporte de alto rendimiento o atletismo de alto rendimiento también implica la competencia”, enfatiza el médico.
En Argentina el deporte se convierte más en un espacio de soledad, a la manera que el deportista se adapte. Desde el inicio, las familias son quienes cargan la responsabilidad, el apoyo y sustento del deportista que se proyecta, “y acá en Argentina es fácil de ver que tampoco a nadie le sobra nada” aclaró el médico, que también es ultramaratonista.
No existe un acompañamiento en la proyección deportiva, “vos decís, «bueno, vamos a tener un programa nacional para los chicos que van siendo seleccionados en las instancias juveniles», pero eso no existe y es a partir de ahí que se necesita un soporte, una forma de atención y de asesoramiento” recalca Recabarren.
El ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento), que funciona como un organismo de composición mixta (público y privado) es quien otorga becas deportivas en el país, las cuales se reducen a dos tipos: becas por excelencia, que la obtienen aquellos que ganaron en el último Juego Olímpico o Paralímpico y la beca de proyección, que se otorga a aquellos que presentan tendencias a obtener un podio olímpico. La realidad es que “el soporte del Estado es cuando triunfás, o sea, cuando estás cerca de, por ejemplo, representar en un Panamericano o un Olímpico”.
En contraste con los países más desarrollados en el deporte de alto rendimiento, países ricos como los europeos o países más pobres como Costa Rica, Venezuela o Cuba cuenta con un sistema de soporte para los niños, escuelas deportivas de acompañamiento que están integradas a la educación y un apoyo institucional que garantiza la continuidad. Pero, en Argentina, muchos de los atletas tienen que decidir si estudiar o competir, entrenar o trabajar.
No hay límites
El cuerpo llega hasta el borde, hasta donde sienta que la cuerda está floja, y la mente aprende a sobrevivir y convivir con el dolor palpitante. Ya había resumido el ex ciclista que “todo es aguantar contra tu cabeza. Es muy importante la parte psicológica y saber sufrir”.
El deportista del alto rendimiento transforma su vida cotidiana y la convierte en una rutina monótona, de respeto continuo, con el fin de percibir un objetivo. Lo que no se ve es “lo finito que es el deporte porque a nivel profesional se pesa absolutamente toda la comida, se come siempre igual, se duerme, se combate con un montón de lesiones”.
El alto rendimiento combate una lógica de impulsar una mejora constante, la búsqueda de un avance. No hay un límite claro: lo que ayer parecía imposible, al día siguiente se transforma en algo parte del hábito cotidiano. El médico deportólogo afirma entonces que “el rendimiento significa horas, digamos, tantas horas por día y por semana para que te puedas considerar de alto rendimiento y después la exigencia va creciendo”.
Cuando comienza la competencia profesional y los atletas atraviesan la competencia de senior, adulto o élite se nota aún más el balance entre lo que es saludable y lo que deja de ser saludable.
Iván lo observa desde la medicina “vos estás llevando el cuerpo al extremo y siempre estás buscando mejorar para ganar, no para estar bien saludable. Lo que se dice siempre y es así, es que el deporte de alto rendimiento «no es saludable»”. La diferencia es que, el entrenamiento contínuo puede conllevar a microlesiones, a cansancio extremo y con un estrés que no se ve.
En ese escenario, parece no haber una limitación porque el deporte de élite desafía constantemente la idea de que el humano tenga una frontera, pero no deja de ser algo que, en palabra de Ignacio Ferreira, “está bueno hacer deporte, no es que solamente se lo tiene que pensar como algo que es sufrido”.